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La verdadera crisis



Me enamoré de la publicidad hace nueve años cuando, por puro aburrimiento, decidí entrar a una charla que daría un tal Pancho García en el auditorio de la Universidad Rafael Landivar. Recuerdo que entré bostezando y salí preocupado. Preocupado porque ese señor había logrado encender algo dentro de mí. Algo que me decía que, a partir de ese momento, haría lo que fuera necesario para un día ser tan bueno como él (aunque no tenía ni idea de por dónde empezar).


Así fue como empezó mi aventura en las agencias de publicidad y, casi una década después, puedo decir que (a excepción de momentos contados) no me arrepiento. Gracias a esta linda profesión he conocido a gente fascinante que marcó mi vida (ellos saben quiénes son), he viajado a lugares a los que nunca pensé ir y, encima de todo, conocí a una maravillosa persona que hoy es mi esposa.


Durante el camino me he topado con otros que sienten la misma pasión que yo por este oficio. Gente que no se ve en otro lado, personas talentosas que enfrentan las órdenes tediosas con la misma pasión que las grandes campañas. Esas que lograban que muchos sintieran un poco de envidia por no haberse dedicado a lo mismo que nosotros. Tipas y tipos que cada vez son más difíciles de encontrar.


Y justo en esa última frase del párrafo anterior se resume la verdadera gran crisis de la publicidad: a los nuevos talentos no les interesa ser parte de este negocio. Prefieren el riesgo de lanzarse al agua por su cuenta, que trabajar para un tipo que se lleva el crédito por sus ideas, que no respeta su vida fuera de la agencia y que sigue creyendo que la calidad del trabajo es directamente proporcional a la cantidad de horas que pasan frente a su computadora. Grandes creativos con estanterías llenas de premios, pero credenciales con cada vez menos clientes.


Abramos los ojos y démonos cuenta que nadie quiere trabajar para una diva que cree que el mundo empieza y termina en la puerta de la agencia. Nadie quiere ser parte del equipo de alguien que lo único que busca es una fama de papel que no va más allá del pequeño grupo de personas que conforman este gremio tan lleno de ego y tan vacío de futuro.

Olvidémonos de los retos que representa la tecnología y la data, nuestro negocio dependerá siempre de las ideas y, si las nuevas generaciones siguen mirándonos como la peor opción para desarrollar su talento, pues entonces de verdad que vamos directo a una crisis que muy rápido se convertirá en tragedia.


A pesar de esto me gusta pensar que algo bien he hecho, ya que por alguna cósmica casualidad llegué a una agencia que está haciendo las cosas de forma diferente. Una en la que yo, con 29 años, soy el veterano. Una agencia llena de jóvenes que no tienen nada que envidiarle a ninguno de los creativos más experimentados del país. Una agencia en la que no hay espacio para el ego ni para la competencia desleal.

No sé cuál habrá sido el secreto para armarla (eso pregúntenselo al dueño), pero me siento afortunado de poder acompañar a esta camada de nuevos talentos en sus primeros pasos dentro de esta linda profesión. ¡Hay esperanza!


Aún me faltan varios años luz para llegar al nivel del gran Pancho García (la verdad es que no sé si lo lograré) pero con saber que aporté un poco para evitar la extinción de esta profesión que tanto me ha dado, me daré por satisfecho.

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